martes, 20 de mayo de 2025

como kuero e mamut

 

A veces no te disparan directo.
Te empujan al borde.
Con amabilidad.

Te dicen:
“Anda, trabaja ahí, ¿qué puede pasar?”
Y tú, que estás tratando de estudiar, pagar tus cosas, no depender de nadie, vas.
Y claro: era un lugar sin patente, sin extintores, sin boletas, sin contrato.
Pero lleno de carabineros y tragos caros.

No te piden nombre.
No te firman nada.
No te pagan.

Y cuando lo cuentas, te dicen:
“¿Y tú qué esperabas?”
Como si te hubieran visto caer y se hubieran quedado callados solo para ver si dolía.

Eso se llama exposición controlada al daño.
Y lo hacen para silenciarte,
para que no vuelvas a confiar en ti,
para que no estudies más,
para que no hables más,
para que pienses que es culpa tuya haber querido algo mejor.

Porque eso es lo que molesta:
que quieras algo mejor.
Que estudies.
Que pienses.
Que uses palabras que otros no entienden.

Me dicen que hablo mal.
Que no modulo.
Que no se me entiende.

Lo que en verdad les molesta es que se me entienda demasiado bien.
Que no me da vergüenza decir que resignifiqué mi infancia.
Que no me arrastro por aprobación sexual.
Que sé perfectamente lo que vale una noche, un trago, una palabra.

Si levanto una bolsa de papel, les molesta.
Si hablo, les molesta.
Si no hablo, inventan.
Si estudio, me ridiculizan.
Si trabajo, me exponen.

Pero no se dan cuenta de algo:
todo eso que intentaron usar para quebrarme,
yo lo estoy escribiendo.

Y cuando una mujer escribe lo que vive,
aunque no tenga escritorio,
aunque no le den boleta,
aunque la manden al fuego…
ya no se quiebra: afila.

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