martes, 29 de abril de 2025

mano en mano en pastores a psicólogos a terapeutas del GOD DIOSSS

 Soy sobreviviente de abusos sexuales en la infancia, de abandono, de silencios que dolieron más que los golpes, y también he vivido la experiencia devastadora de la poliadicción. Mi proceso de recuperación ha sido largo, doloroso y muy personal. No ha estado sostenido por una religión, ni por una figura divina como salvadora absoluta, sino por el trabajo constante de reconstruirme desde adentro: entender mi historia, darle nombre a mis heridas y decidir, poco a poco, qué tipo de sentido quiero darle a lo que viví.

No niego que pueda existir algo que nos acompaña —una energía, una fuerza, algo que para algunas personas se llama Dios—. En algunos momentos, esa idea me ha dado consuelo, silencio, calma. Pero ese Dios del que hablo no es el castigador que me enseñaron, ni el que se presenta como la única salvación, ni el que se impone como verdad cerrada en un proceso terapéutico.

Hace poco viví una experiencia profundamente incómoda con una terapeuta de adicciones que usaba su creencia en Dios como eje central de su intervención. Escuché frases como “Dios siempre estuvo contigo” o “Él es la única solución”, en un contexto donde yo hablaba de abusos cometidos justamente por personas que decían actuar en su nombre. Cuando intenté expresar mi mirada distinta, me encontré con enojo, con cambio de tono, con una sensación de juicio por no decir que sí a todo. No se validó lo que yo decía. Se cerró el diálogo. Y lo que debería haber sido un espacio de escucha se volvió un lugar donde mi pensamiento crítico fue visto como un problema.

No me opuse a su fe. Lo que rechacé fue su necesidad de convertir su experiencia personal en una norma para mí. No todas las personas sanamos igual. No todas encontramos sentido en los mismos símbolos. Para mí, la espiritualidad puede ser un recurso, pero no reemplaza el análisis profundo del trauma, ni la necesidad urgente de una educación sexual verdadera, ni el trabajo psíquico real que implica salir de la adicción y reconstruirse.

Yo no estoy “perdida” por cuestionar. No estoy “dañada” por pensar distinto. Estoy viva, lúcida y consciente porque decidí hacerme cargo de mi historia con herramientas que no me impusieran un relato ajeno. A veces, lo único que necesitamos es que alguien nos escuche sin necesidad de darnos respuestas absolutas. Que acompañe sin intentar moldear.

Creo en una fuerza que acompaña, sí. Pero esa fuerza no grita, no castiga, no impone. Esa fuerza me respeta si dudo, si cuestiono, si decido no callar.

Sanar no es repetir lo que otros dicen. Sanar es poder decir, con libertad: este es mi camino, y también es válido.

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