martes, 15 de julio de 2025

Confirmo mi creación el escenario la luz!!

 

Cantaba sin techo, sin miedo, sin freno,
mi pieza era lienzo, caos bueno.
Tacatac, caballito de palo,
brillaba sin luces, sin darme ni cuenta del halo.

Él tenía once, yo apenas catorce,
y el mundo era risa, copete y canciones.
Yo no sabía que en medio del ruido,
dejaba en su mente un arte escondido.

Y ahora me encuentra, en red y en pantalla,
me dice: “tu pieza era otra muralla”.
Yo ni me acuerdo —él sí, lo grabó—
como quien guarda un sol que ya no brilló...

Pero sí, sigo aquí, mi voz en el viento,
de TikTok a la vida, sin arrepentimiento.
Soy artista, lo sé, por cómo me miran,
los que vieron mi alma cuando ni yo la veía.

nunca necesite a nadie... aun no ves?

Querido hermanastro Daniel...
Lamento tu dolor.
PERO

Llegaste tarde, con hambre y discurso,
yo ya había armado mi vida en este concurso:
casa, moto, el libro, alma en expansión,
y una casa pa' mamá, sin pedir perdón.

Y aún así, la razón camina conmigo,
vos con los bolsillos llenos de castigo.
No sabías nada del fango que arrastré,
ni del otro hermano que sí me tragué.

Ni de la noche donde, niña, fui presa,
mientras vos hacías burla con la boca espesa.
Tratando de venderme entre tus amigos,
como si yo fuera otra más del castigo.

Sí, trabajo en concursos de vida sucia,
pero eso no te da derecho a la astucia,
de usar mi nombre, mi cara, mi pena,
pa' darte a vos una excusa que suena.

Me sentí vacía, sola, mal herida,
cuando enterré a mi viejo sin guía.
Jalé esa línea, la única, en años,
de las manos del cobarde que habla de daños.

Con mi plata, con descaro, con cálculo frío,
ese mismo que luego midió mi vacío.
Yo me drogué, sí, pero pa’ pensar,
vos jalabas pa’ huir, pa’ no enfrentar.

Perdiste tu auto, tu celu, tu casa,
y hasta tu madre, que ya ni te abraza.
A mí me sacó del pozo la pregunta,
a vos te hundió el pito, la noche y la junta.

Y el celu... no se cayó, se empeñó,
como todo lo que el humo te robó.
Te quedaste en nada, flotando en la excusa,
mientras yo construía verdad sin camufla.

Tus amigos me llaman: “¿Cómo está el?”
y a vos, nadie, porque tu alma es aquella
que no recuerda que yo no existo para nadie

que nunca dio abrigo ni una puta llamada
cuando yo estuve días enteros congelada.

Yo no tengo hermanos?
rodeado de gente, ¿y aún así llorás?
Porque no te idolatro, no te celebro,
porque me siento más hombre, más mente, más verbo.

No es odio, compadre, ni falta de fe,
es que tu historia no se cruzó con mi sed.
Yo estuve luchando, con todo en la espalda,
mientras vos soñabas con fama prestada.

No eres mi héroe, ni tu capa es real,
yo cargo mi historia, mi lucha, mi mal.
Y si algún día te preguntas por qué,
es porque nunca estuviste..

y yo nunca me preocupe ni necesite.

y yo me quedé.

viernes, 23 de mayo de 2025

mamá....somos muchas!

 

"Las Tres Armas de Mamá Narcisa"

Había una vez una hija. Hija de una madre con tres armas bien afiladas, bien entrenadas, bien utilizadas. Una madre experta en guerra doméstica, en psicología de la desvalorización, en el arte de cortar alas y después preguntarse por qué su hija no volaba.

Treinta y tres años. Tres armas. Número mágico. Número trágico. El tres del desequilibrio, del ciclo. Quizás era el once. Porque el once en el tarot es la justicia. Y la justicia, según el tarot, era la carta del año. Irónicamente, la carta apareció justo un día después de que la violaron.

Y como toda buena historia trágica —para que sea también comedia— hay que contarla con sarcasmo, con un poco de cinismo, con una pizca de magia. Porque si no, te aplasta.

La primera arma de Mamá Narcisa: la voz. Subida, alta, huracanada. Como si gritándote pudiera limpiar lo que nunca supo nombrar. Grita para dominar, para silenciar los pensamientos de la hija, para pisotear su seguridad. Y si no logras quebrarte, si no te vuelves chicle emocional, pasa al siguiente nivel.

La segunda arma: el silencio. Silencio-cuchillo. Silencio-cárcel. Silencio que deja a la hija hablando sola en una habitación, explicando sus traumas a las paredes. Hablando coherente, inteligente, con argumentos que podrían hacer llorar a un jurado. Pero no, a Mamá Narcisa no se le argumenta. Se le soporta.

Y cuando la voz no quiebra, y el silencio no desarma, llega la tercera arma: la verdad inamovible de Mamá. Ella está bien. Ella lidió con sus traumas “dejándolos atrás”. ¿Terapia? ¿Autoconocimiento? No, señora. Ella trabajó y se calló. Y esa es la fórmula sagrada que toda hija debe seguir.

Pero la hija no lo hizo. No se calló. Habló con la IA. No porque esté loca, sino porque está cuerda en un mundo que prefiere el silencio. Y ahí, entre cables y datos, entre algoritmos y verdades personales, entendió que tiene derecho. Que no es una exagerada. Que si su compañero de universidad la acosó —dos veces, sí, dos— y nadie la escuchó, entonces tiene derecho a reclamar. Que si es una estudiante con discapacidad psíquica reconocida por el Estado y no recibió acompañamiento alguno, entonces tiene derecho a exigir reparación. Que si le gusta la malla, si ama estudiar, si quiere viajar a Argentina como líder, entonces eso no es manipulación: es resiliencia.

Ella, la hija, la que se le negó estudiar filosofía en 2010 con 835 puntos en la PSU. La que hizo talleres, blogs, poesía. La que volvió a hablar sola hasta volver a hablar bien. Que transformó el silencio en voz. La que está aprendiendo a modular otra vez, porque quiere hablar. No para que la escuchen solamente, sino para que nadie más tenga que callar como ella.

Porque la justicia, este año, no viene de los tribunales. Viene de escribir su historia. De volverla cuento. De reír para no llorar. Y de mirar la cruz colgada en la universidad católica y decir: “¿Saben qué? Aquí, al menos, me escucharon.”

miércoles, 21 de mayo de 2025

y tienes miedo?

 

Hay una araña en la esquina de mi pieza de madera.
Arribita en una ventana que no alcanzo a ver.
No es grande, ni venenosa, ni elegante.
Solo está.
Lleva ahí desde que llegué,
cuando el frío se cuela por las paredes
y el techo gotea como si llorara por mí.

Las primeras veces traté de matarla.
Con miedo.
Con la gente de tik tok.
Con el cansancio acumulado de todo lo que no muere en mi vida.
Le pegué fuerte.
Juraría que la aplasté.
Pero al día siguiente:
ahí estaba.

Como si tejiera su red con el hilo de mis pensamientos.
Como si supiera que no tengo con quién hablar,
y decidió quedarse para escucharme.

La araña no se muere.
¿Será que no es una araña?
¿Será que soy yo,
con mis chalas crocs chinas
colgando de la esquina del mundo,
tratando de no caer?

Ahora no me da miedo.
Ni asco.
Ni urgencia.
Ahora me mira y yo la dejo estar.
Porque si no puedo matar a lo que duele,
al menos aprendo a convivir con lo que insiste.

Y en secreto, aunque nadie lo sepa,
le tengo un poco de cariño.
A ella.
A mí.
A lo que no se rinde.

martes, 20 de mayo de 2025

como kuero e mamut

 

A veces no te disparan directo.
Te empujan al borde.
Con amabilidad.

Te dicen:
“Anda, trabaja ahí, ¿qué puede pasar?”
Y tú, que estás tratando de estudiar, pagar tus cosas, no depender de nadie, vas.
Y claro: era un lugar sin patente, sin extintores, sin boletas, sin contrato.
Pero lleno de carabineros y tragos caros.

No te piden nombre.
No te firman nada.
No te pagan.

Y cuando lo cuentas, te dicen:
“¿Y tú qué esperabas?”
Como si te hubieran visto caer y se hubieran quedado callados solo para ver si dolía.

Eso se llama exposición controlada al daño.
Y lo hacen para silenciarte,
para que no vuelvas a confiar en ti,
para que no estudies más,
para que no hables más,
para que pienses que es culpa tuya haber querido algo mejor.

Porque eso es lo que molesta:
que quieras algo mejor.
Que estudies.
Que pienses.
Que uses palabras que otros no entienden.

Me dicen que hablo mal.
Que no modulo.
Que no se me entiende.

Lo que en verdad les molesta es que se me entienda demasiado bien.
Que no me da vergüenza decir que resignifiqué mi infancia.
Que no me arrastro por aprobación sexual.
Que sé perfectamente lo que vale una noche, un trago, una palabra.

Si levanto una bolsa de papel, les molesta.
Si hablo, les molesta.
Si no hablo, inventan.
Si estudio, me ridiculizan.
Si trabajo, me exponen.

Pero no se dan cuenta de algo:
todo eso que intentaron usar para quebrarme,
yo lo estoy escribiendo.

Y cuando una mujer escribe lo que vive,
aunque no tenga escritorio,
aunque no le den boleta,
aunque la manden al fuego…
ya no se quiebra: afila.

“Manual para ser creíble (si eres mujer)”

 


Dicen que si quiero que me crean
debería hablar más lento,
vestir de mármol,
no de carne.

Que no se me note lo que pienso
—ni lo que recuerdo—
porque pensar y recordar es
"exagerar".

Que no se me note la rabia
que no se me note la curva
que no se me note que noto
todo lo que no se me debe notar.

Ah, y si vas a contar un abuso,
por favor que sea estético.
Que tenga algo de novela,
que llore, pero no grite,
que impacte, pero no acuse.
Y sobre todo:
que te haya pasado con gracia.

Porque si no eres linda,
no fuiste creíble.
Y si fuiste linda,
te lo buscaste.

Qué curioso el mundo
cuando lo lees sin anestesia.
Cuando mamas la plata
con los dientes afilados
y les devuelves la culpa
como quien escupe perlas.

No hablo mal,
hablo distinto.
No soy fría,
soy precisa.
No estoy traumada,
estoy despierta.

Y si levanto una bolsa de papel
y eso les molesta,
pues qué frágil es su imperio.

miércoles, 30 de abril de 2025

De hueso y ungüentos

 

Había una vez una niña que creció en una casa donde el agua no era tibia,
donde el silencio no era paz,
sino mordaza.
Cada vez que pedía un baño,
le decían no
como si limpiar su cuerpo fuera un pecado,
y no un derecho.

Creció creyendo que su olor era culpa,
que su piel era vergüenza,
que su voz molestaba
más que los pasos del abusador que vivía con ellos.

El tiempo pasó como un tren que no paraba en su estación.
Un día, decidió vender su cuerpo
y con ese precio
compró agua caliente.
Se duchó con fuego suave,
llorando
como quien se deshace del hielo.
Y prometió: Nunca más el frío.

Pero creyó en su madre otra vez.
Volvió al sur,
sin su gato,
sin su cama,
sin su techo seguro.
El arrendador la miraba como la miraban antes:
no con deseo,
sino con poder.
Tuvo miedo.
Y menstruación.
Y otra vez, sin agua.
Otra vez, sin voz.

Entonces vino la violación,
como un ladrón sin pasamontañas,
y su madre dijo: tú te lo buscaste.
La dejó en una casa que parecía una trampa para ratas.
Le quitó la comodidad
que ella misma había construido
con su trabajo —aunque lo despreciara—
porque al menos ahí,
nadie le dijo que su cuerpo no valía.

Y cuando quiso hablar,
cuando abrió la herida,
la madre preguntó:
¿cuándo estarás mejor?
¿cuándo vas a creer en ti?

Y luego colgó.

Como si las palabras fueran tijeras.
Como si el abandono tuviera tono de llamada.
Como si el dolor
pudiera terminar con un clic.

Confirmo mi creación el escenario la luz!!

  Cantaba sin techo, sin miedo, sin freno, mi pieza era lienzo, caos bueno. Tacatac, caballito de palo, brillaba sin luces, sin darme ni ...